Las dos caras de la maternidad.

01 de diciembre de 2021. 

Hoy hace un año que Olivia llego al mundo, una criatura capaz de llenar el día más oscuro y duro con esa sonrisa enmarcada por un único hoyuelo y unos ojos que bien podrían ser dos universos en sí mismos.

Pero hoy también hace un año que me convertí en madre, que nació una nueva Almudena, que mi universo mutó y me hizo enfrentarme a lecciones de vida de una inmensidad compleja de describir. Desde el momento que me la entregaron en la sala de quirófano, un cuerpo menudo y sin fuerza, algo tan pequeño, que se convirtió en tan mío, tan dependiente que era casi doloroso. Desmitificaré eso del amor a primera vista, quizás no atravesé esa catarata de hormonas, fuerza y embiste de la naturaleza al traer una hija al mundo de manera natural, pero en el momento que la sostuve torpemente entre mi pecho y mis manos, me di cuenta que atravesaba un umbral que no tendría vuelta a atrás.

La Almudena que conocía hasta entonces se transformaba en algo que curiosamente ya había sido muchas veces. Ser madre no era mi objetivo meta en la vida, pero en el momento que empecé a cuidar a Olivia, puede que incluso antes, una sensación de encaje, de ordenación cósmica se acababa de alinear ante mí. Cuidarla, protegerla, enseñarle… ¡joder! Era sencillamente hermoso. Me di cuenta de que sin saberlo había estado toda mi vida acumulando enseñanzas, historias, canciones, experiencias para contárselas y mostrárselas a alguien. Había estado llenando mi mochila de la vida con regalos que entregarle a mi hija.

Y eso sin duda es el sentimiento más hermoso que me ha traído la maternidad. La sabiduría, la seguridad, la templanza y el amor a mí misma. Porque no creo que exista otro modo de enseñarle a vivir a mi hija que cuidándome y respetándome, así como caminar juntas de la mano.

Pero no todo ha sido tan brillante y mágico. El día que entendí la otra cara de la maternidad o llamémosle, el día que entendí MI maternidad, estaba sentada frente a la mesa de una doctora que me repetía esas palabras tan dolorosas para mí: alopecia areata. Mi enfermedad autoinmune había vuelto, había estado adormecida durante 10 años para asestarme sin piedad en el que debía ser uno de los mejores momentos de mi vida. Olivia no tenía ni nueve meses el día que decidí raparme de nuevo la cabeza. Y aquel día en la consulta, me confirmaba lo que tanto tiempo había estado temiendo, la areata se había convertido en universal y probablemente mi pelo no regresara nunca.

Recuerdo que miraba la cara de aquella doctora pensando que podría salir de aquello, ya había pasado por esto, pero cuando pronunció las palabras que todas las que pasamos una areata odiamos, esas palabras que te dan un ápice de esperanza cómo si tu pudieras controlar la areata… “Hay un tratamiento que podemos probar” y joder si te quieres agarrar a ese clavo ardiendo que ya sabes de antemano que muy probablemente no funcione, pero harías cualquier cosa para recuperar tu pelo. ¿Qué estupidez verdad? Muchos pensarán como de hecho me han llegado a transmitir: Solo es pelo. No, señores y señoras míos, no solo es pelo. Es identidad, es seguridad, es reconocimiento, es quién eres. La areata te lo arrebata todo.

Pero cuando te dicen que hay un tratamiento, te quieres aferrar al él, al tratamiento milagroso número mil, que piensas que a diferencia de los novecientos noventa y nueve anteriores, este sí va a funcionar. Hasta que aquella doctora me dijo que para ello, tendría que dejar de dar el pecho. Y entonces mi mundo se dividió en dos, y me enfadé, me cabreé tanto con aquella doctora, pero no era con ella, era conmigo, con la maternidad, con la vida… ¿Por qué la maternidad tenía que traducirse en eso para mí? ¿Acaso ya no es de por si complicada? Encima debía sumarle batallar con la estabilidad mental y física que supone una enfermedad autoinmune.

Y sin saber porqué le dije que no, que no aceptaba el tratamiento y que seguiría dándole el pecho a mi hija. ¿Me convierte eso en la madre del año? No, absolutamente no. Sali de aquella consulta destrozada, maldiciéndome por haber decidido ser madre, enfadada con mi marido, con haberme empeñado en dar el pecho, con la sociedad, con mi pelo, con mi cuerpo.

Y días más tarde cuando estaba en casa, dándole el pecho a mi hija, su manita se apoyo en mi pecho, justo en mi corazón y me di cuenta de que yo ya entré en aquella consulta con la batalla perdida con mi pelo, no esperaba nada, pero me volví a engañar pensando que podría controlar a mi cuerpo, cuando él ya me ha demostrado que las reglas y los ritmos los pauta él. Y no iba a permitir que me fastidiara algo tan hermoso que había creado yo con mi hija, disfrutar de ese momento entre nosotras no se iba a desdibujar bajo la culpa o la indecisión de haber escogido un camino u otro. Y una inmensa paz se instaló en mí. Empezaba el camino de la aceptación sin saberlo.

Ese día supe lo que significaba ser madre, y no es sacrificarte por tu hija, porque si algo decidí días después de la consulta es que nunca le iba a transmitir a mi hija la sensación de que mi vida fue un sacrificio por ella. Descubrí que debía ser fiel a mí misma y mostrarle el camino a mi hija dándole ejemplo. El día que acepté que puede que no vuelva a tener pelo nunca más fue el día que decidí qué mensaje quería darle a mi hija en la vida, y ese mensaje es que puede que cueste, puede que sea difícil pero el camino merece la pena vivirlo, la vida merece la pena y lo fácil no es enseñarle principios a mi hija cuando el transito por la vida sea sencillo, lo importante llega cuando tienes que saltar el obstáculo.

Ser madre me ha dado una enseñanza tan dura como importante, ojalá hubiera venido con una enseñanza menos revolucionaría, pero estaba ahí por algo. Quiero ser el mejor ejemplo para Olivia, quiero ser el espejo donde se mire y si llegan experiencias que nos pongan en jaque, la sortearemos juntas.

Gracias mi querida Olivia, por venir, por estar y por enseñarme tanto. No te defraudaré.




Almudena Claro.

Comentarios

  1. Almudena, a pesar de no conocernos personalmente, mas que en foto y, hasta ayer, tan sólo, haber intercambiado unas pocas palabras de ánimo y de amistad, (y de humor con tus videos), hoy sólo puedo decirte... Eres una mujer maravillosa. Eres auténtica, eres tú misma. Eres una madre coraje.
    Todo eso es importante, muy importante, saber saltar el obstáculo, cuando de repente aparece en el camino. Bravo por ti, por tu decisión, por tu hija Olivia.
    Mucho ánimo y fuerza. Felicidades a Olivia por su primer cumpleaños, y que viva muchísimos más con buena salud.
    Personalmente me siento orgulloso de haberte conocido y tenerte y sentirte como AMIGA. Ya sabes, para lo que necesites ahí estoy.

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    1. Muchisimas gracias por tus palabras. Me llegan al corazón, me alegra que hayas conectado con mi relato, mis vivencias. Un saludo

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  2. Hola Almudena, Desde que te conocí en Madrid hace unas 4 semanas sabía que había algo hermoso en ti, en tu historia, en tu aprendizaje de vida. Y cada palabra que leo, cada frase, cada párrafo me acerca más a tu historia y a tu aprendizaje de vida. Te irá muy bien en la vida. Ya verás! Un abrazo muy fuerte. Sonia Benavent

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