MIEDO

Le miré a sus ojillos, pero esta vez de un modo diferente, intenté adentrarme en él y ver más allá de lo que el resto de los humanos ven. Mientras rascaba su barbilla, sus ojos oscuros penetraban en mi corazón intentado revelarme algo, sutilmente pero lleno de firmeza. Muy pocos lo entendían, su carácter es difícil, a veces desesperante, pero una realidad resalta y grita desde esos ojos llenos de amor y ternura que me miran con una admiración casi sublime. Por un momento me siento la persona más afortunada del mundo, por un instante me olvido de mi condición de humana imperfecta para sentirme casi una divinidad.

Sus orejillas echadas hacia atrás y un leve temblor en su pata derecha escondían ese miedo aterrador que el mundo ejerce sobre él. Muy pocos, casi nadie, es capaz de percibirlo pues lo esconde tras una temible e imperturbable fiereza, se lanza tras cualquiera que quiera acercarse, no deja que nadie entre en su círculo de confianza, pues cuando sientes miedo, prefieres protegerte aunque eso implique aislarte, aunque a veces te quite la razón y no seas más que un loco dando espadazos al aire.

Solo yo soy capaz de conseguir que su rostro se apacigüe, que se cobije en mis rodillas hecho una bola, pareciera que de ese modo pueda juntar sus partes rotas, haciendo desaparecer sus miedos hacia un mundo desolador y que te convierte en desconfiado. Solo era miedo. El miedo había convertido a aquel pequeño de ocho kilos y colmillo sobresaliente en feroz y despiadado. La conclusión: todos temen a Óscar, Óscar teme a todos. Pero ahora que su mirada me traspasa no puedo sino entenderlo, calmarlo, pues solo confía en mí, deposita en mí su más sincera y despedazada confianza en el ser humano, ¿y cómo recriminarle? ¿Acaso no hacemos eso constantemente los humanos? ¿Acaso no nos destruimos por miedo a que el otro lo haga antes?

-A mi pequeño de orejas grandes, que me hace entender la vida, que me hace entender a los humanos.-

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