Feminista y casada

Y de la creadora, “las feministas también nos casamos”, llega: “feminista y casada”. Pero ahora me enfrento a otro de mis miedos que conlleva este anillo que ahora adorna mi dedo y es cómo ser una señora casada (admito que el peso de esas dos palabras me pesa más que el anillo en el dedo) y mantener mi yo feminista, el cual vislumbro en mi mente como una ninfa de telas vaporosas que corre libre por un prado.
Se de más que soy yo quien ha de crear y definir este nuevo yo, que nada ni nadie limita mis horizontes, pero como buena perfeccionista que soy siempre busco el error en mis palabras, la contradicción en mis convecciones, solo yo me pongo zancadillas.
A mi ya marido le prometí en nuestros votos que me iba a dedicar a hacerme feliz a mi, para compartir mi felicidad con él, y en eso trabajaré en esta nueva etapa, porque bien sabemos ambos que si la Almudena oscura no está calmada y adormilada, nadie puede ocultarla, ni nadie puede acallarla. Pero he de reconocer que para mí el matrimonio se define como algo no muy bueno, mis referentes respecto a un marido nunca fueron algo que desear si no más bien a evitar. Pero él, mi ahora marido, le da un sentido diferente.
El único matrimonio que puedo tomar como referencia porque permanecieron juntos media vida, fue el de mis abuelos, y aunque mi abuela no se definiría precisamente como feminista, desde luego tampoco fue una sumisa mujer casada ni más lejos de la realidad. Ella, una mujer de carácter que nunca se dejó amedrentar ante ninguna exigencia, también tuvo la suerte de tener un marido que no le impuso ninguna. No eran un matrimonio ideal ni mucho menos, se pasaban el día discutiendo, sobretodo ella con él, no estaban de acuerdo en nada, para nada tenían los mismos gustos ni aficiones, de hecho digamos que más allá de trabajar no tenían aficiones, pero supongo que en el sentido más arcaico y simple que la palabra amor tiene, ellos se amaron, se cuidaron hasta el final. Es lo más cercano a un matrimonio que conocí, lo otro no puedo ni quiero considerarlo una pareja, porque es una caja oscura, llena de dolor que nunca significo unión.
Para mí, un matrimonio no era necesario, ni tenía porqué hacerlo, por eso le doy más valor aún, porque sin necesidad de ello, lo hemos hecho, hemos decidido hacer una unión simbólica que representa nuestras vidas, que caminan juntas. Para mi significa celebrar que estoy a gusto con él, que me divierto, disfruto y soy feliz a su lado, que comparto muchas cosas con esa persona, pero que me deja ser yo, con todos los contras que eso conlleva. Ya que hay veces que soy egoísta y quiero ponerme por encima de todo, sobretodo porque la vida me enseñó que si le cedías terreno a tu marido, perdías tu libertad. Es algo que ni siquiera lo he hablado con él nunca.  Aprendí que si una vez agachabas la cabeza y cedes ante la intimidación, la siguiente vez costaba el doble levantarte, y así te ibas menguando cada día un poco más, enterrándote entre tus propias palabras que no habías sido capaz de pronunciar por miedo, por dejadez, por comodidad. Y las repetías a solas en tu habitación o la escribías en un diario, para recordarte que no es que no tuvieras voz, es que habías “decidido” acallarla.
El matrimonio para mi es una caja de pandora, que se de más que con mi pareja no conllevan todos esos monstruos disfrazados de fantasmas. Y me repito el eslogan de “no todos son iguales”. Claro que no, pero ahí está la Almudena niña, asustada y rebelde que lleva todos los “y si…” colgados del brazo a modo de medallas. Y son “por si acaso” que ya me ayudaron a sobrevivir una vez. Recordándome y sacudiéndome cada batalla, a modo de bandera, repitiéndome “no cedas, no cedas”. Eso hace que a veces me convierta en mi propia enemiga, poniéndome trabas y no dejándome flaquear NUNCA. Y creedme, eso no es fácil. Hay veces que debería dejarme decaer un poco y descansar.
La realidad es que nada debería estar estipulado, ni limitado, ni siquiera en una relación, una pareja, un matrimonio. Pero criada en un pequeño pueblo, cimentado en las tradiciones más antiguas, a veces resulta difícil deconstruirse y no dejarse llevar por los clichés. Sé que tengo la suerte de haber escogido un compañero de vida excepcional que se equivocará como yo lo haré en esta andadura en la que nos hemos embarcado, pero que siempre me recuerda la humildad y esa capacidad encomiable que yo desconozco de retroceder y pedir perdón y ser honorable, y de caer bien a todos (aunque eso no se si se lo envidio de muy malas maneras). Se que soy yo quien va a definir el papel que ahora desempeño en mi vida como mujer casada, feminista, vegana, ingeniera, y…. no se cuántas etiquetas podré seguir soportando sin autoinfligirme perfección en todas y cada una de ellas. Lo que se, es que debajo de todos esos adjetivos para clasificarme, y limitarme en parte, intentaré seguir estando yo y no olvidar que al final de todo, la vida no es más que un boceto para ser feliz y dejar un mundo un poco mejor. Casada o no, la vida debe ser rodearse de personas que te hagan ser mejor, que mejoren tu existencia y en eso, estoy segura que con él he acertado de pleno.


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